DH – 8. Un poquito de amor

DH – 8. Un poquito de amor

Un poquito de amor, por favor…

Tuve un sueño húmedo que duró medio año. Y no exagero.

Escribo cuando me siento inspirada, triste, o sencillamente cuando tengo algo que contar. Con la intensidad de estos últimos seis meses hasta hoy no me he sentado delante del ordenador para poner en claro mis pensamientos, ayudándome con las letras y con mis propias reflexiones que siempre aclaran, blanco sobre negro, lo que siento.

Os dejé disfrutando de las pequeñas felicidades, mi gata, mis rosas, el sol, los amigos…

Durante un café a solas en el centro me reencontré con mi oculista, Haron “el dios del amor” y quedamos en disfrutar de una cena que yo presupuse como una cita por su mirada clavada.

Y no me equivocaba.

Si no hubiera sentido tal confianza no me hubiera atrevido. Así que sin pensarlo dos veces me planté en su casa el viernes noche que me llamó.

No quería pasarme ni quedarme corta porque tampoco soy una niña como para ir con una camisa de puntillas, ni tengo el cuerpazo para marcarlo con transparencias en negro. Pero me defiendo. Me puse un vestido verde con escotazo y un cinturón marca-costillas evidenciando que, dentro de la edad, tengo buenas curvas y el deseo de que sean debidamente acariciadas. Hasta ahí mis ganas.

            La parte romántica opté porque fluyera.

            Una nunca sabe las vibras por dónde van a ir.

            Como hacía años —pero muchos años—, que yo no tenía una cita, me planteé varios escenarios:

  1. Harón se curraría una cena frugal y después de dos copas de vino acabaría con los tacones colgando de su lámpara del salón.
  2. Harón haría honor a su tradición árabe y me agasajaría con mucha comida, sin alcohol, lo cual me dejaría incapacitada para cualquier movimiento fuera del sofá.
  3. Charlaríamos de su trabajo y el mío, cosa que preferiría que no pasara.
  4. Al poco tiempo, entraríamos en conversación íntima y averiguaría un poco más porqué semejante espécimen se mantenía soltero. Ni siquiera sabía si había estado casado, si tenía hijos. No obstante, no sería yo quien iniciara ninguna conversación que pusiera los ex de protagonistas. Estos cuanto más lejos, mejor.
  5. Descarté la opción de que no me atrajera físicamente porque ya sabía cómo me ponía: como si tuviera una coca-cola recién abierta entre las piernas, vamos.

Y así valoré un sinfín de opciones, bastante segura porque como dije, me sentía en confianza.

Para darle más salsa al tema preferí no decirle nada a mi amiga del curro, ni a nadie. Quería que fuera cosa de dos, de dos adultos, como debe de ser.

Cuando llegué me saludó con dos besos y una sonrisa franca. Yo llevaba un vino blanco de la Mancha que no me da jaqueca. Haron vestía una camisa semiabierta dejando un triángulo isósceles que mostraba cierto trabajo en el gimnasio. No se abrochó cuando observó que me quedaba mirándolo con descaro.

Él no sostuvo su mirada en mi escote, ni en mi figura y se limitó a mirarme a los ojos mientras aliñaba la ensalada.

—Llevo solo unos meses en Madrid —dijo.

—No necesitas disculparte —le contesté.

Evidentemente solo tenía un poco de decoración con motivos marroquíes en el salón, pero tenía la cocina repleta de cachivaches, le gustaba cocinar. No obstante, tenía cajas por desembalar y las paredes vacías.

Algo pasaba en ese corazón, pensé.

Creo que la casa es el espejo del alma. Cuan tradicional, atrevida, auténtica, organizada, original es; dibuja bastante bien a la persona, y qué decir tiene acerca del nivel económico, cuan ostentoso o sencillo es uno. Muchas cosas sabes cuando entras a la casa de una persona.

Por algún motivo, el atractivo Haron no sentía deseos de abrir sus cajas, colocar sus recuerdos ni deshacer las maletas. Me generó más curiosidad y cierta empatía.

Por fin abrió mi vino y nos sentamos sobre unos pufs de colores para comer en una mesa baja de intrincados dibujos con un bonito mantel hecho a mano. Apilados en una pared vi varias celosías pendientes colgar.

Podría pasar muchas líneas describiendo las taraceas, los vasos de té con henna artesanos y los posavasos de ónix. Pero me detendré en el exquisito tajín de cordero, ciruelas y verduras con el que me obsequió servido en un recipiente de barro cocido con un plato hondo y una tapa con forma cónica.

Comí tan a gusto, la conversación fue tan natural…  

Sin embargo, conforme avanzaba la charla no pude evitar pensar que él no parecía tener el mismo interés en mi persona. Aunque yo no podía apartar mis manos de sus hombros, brazos y muslos; tengo que reconocer que él no contestaba de igual manera.

Incluso en una ocasión nos dimos un abrazo al coincidir en una broma, pero no apretó ni un poquito para acercarse más. Me fascinaban sus ojos rasgados con el iris del color de la miel mezclado de aceituna. Si yo hubiera sido una yorkshire me hubiera sentado en su regazo con la lengua fuera de pura satisfacción.

Haron hablaba despacio, pausado, reflexivo. Yo metía cuchara en la conversación con cierta ansia. Deseaba saber qué pensaba, pero también quería contarle mis cosas.

Resultó ser un viajero impenitente. Con solo cuarenta años había vivido en Egipto, Australia, Turquía, distintos lugares de España —su país favorito— y otros tantos más que no recuerdo.

—Afortunadamente hay miopía en todo el mundo —me dijo—. Pero no siempre he tenido un trabajo cualificado. Cuando llego a un lugar nuevo suelo llevar poco dinero en el bolsillo y allí comienzo con cualquier cosa que esté disponible.

Si me habían sorprendido los lugares donde había vivido, ¡no visitado!, sino vivido como un lugareño más, todavía me sorprendieron más los trabajos que había tenido: en las cocinas, de reponedor en supermercados, incluso fue intérprete de árabe en una ocasión.

No es necesario destacar que estaba demasiado excitada y que me iba ser totalmente imposible mantener mi dignidad intacta esa noche. Ni falta que hacía.

Estábamos en el postre y yo empezaba a captar que aquello no era más una cena de amigos.

Tampoco me habló de otras mujeres, sólo me dijo que le sorprendía como de distintas éramos en función de nuestro lugar de origen.

Eso sí, me dijo que le encantaban las españolas porque las consideraba naturalmente femeninas.

Terminamos el postre a base de dulces de chebakia, bolitas de coco y pastela de leche.

Había comido tanto que me sentía como una muñeca rusa bamboleante. Y estaba tan a gusto que me quité el cinturón marca-costillas y me descalcé los tacones.

La charla fue insuperable, la comida inmejorable y su talante, respetuoso a la antigua.

      Cuando nos despedimos me dio un abrazo, uno de esos unos segundos más largos de lo normal. Quizá significaba algo.

Acto seguido me dijo:

      —Pues tienes buen culo.

      Yo enarqué las cejas, sorprendida. ¡Qué giro más inesperado!

      Con un guiño en los ojos siguió:

      —Uno debe de saber cuándo ser un caballero y también, cuando no.

Y así, más feliz que una perdiz, me fui a mi casa “soltera y entera”.

Conduciendo de camino a casa reflexioné cuán indescifrable había resultado esta velada para mí, y él como persona. Era inevitable obviar las diferencias culturales, las costumbres, las experiencias vividas.

Supe comprender que era un hombre con experiencia con las mujeres, pero por algún motivo conmigo no había deseado avanzar en el sentido más bíblico de la expresión, aunque sentía la química, la conexión.

Me pregunté si yo tendría la paciencia para construir el puzle y la curiosidad para saber el porqué no se había establecido en ningún lugar, con siempre la maleta preparada para salir a un nuevo destino.

Pensé que el tiempo me daría las respuestas.

Esa noche dormí del tirón.

Capítulo 6 de Diarios de una heterosauria por Marisa Alemany.

Otros capítulos:

Capítulo1: Diarios de una Heterosauria:

Capítulo 2: Mi amigo lesbiano

Entrega #2: Mi amigo lesbiano

Capítulo 3 : Cita en el Tinder: ¡la heterosauria va de caza!

Entrega #3: cita en Tinder: ¡la heterosauria se va de caza!

Capítulo 4: ¡¡La heterosauria pilla cacho!!

Capítulo 5: Viaje al interior.

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